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La trilogía de Nueva York, de Paul Auster

La trilogía de Nueva York, de Paul Auster

Había conseguido dejar a Paul Auster un poco de lado, a favor de otros escritores como Beckett o Maurice Blanchot, pero mi hija mayor, Paulina, con la que comparto indudablemente muchas cosas –entre ellas el amor por ciertos pintores, escritores, y por los viajes a Grecia--. Me regaló esta trilogía que fue la que dio la voz sobre la calidad literaria del recién estrenado Príncipe de las Letras 2006, allá por los años 85-87.

Las tres historias fueron publicadas por separado. Se trata de cuentos largos o novelas cortas con un trasfondo policiaco. (En nuestra lengua no existe una palabra que defina este tipo de historias, como si la hay en francés –nouvelle- o italiano –novella o novellino-. En francés e italiano se usan las palabras roman y romanzo para designar lo que nosotros llamamos, inadecuadamente, novela. El español se quedó sin palabra para decir cuento largo).

El caso es que estas tres historias nos dan ya desde el comienzo su trazo identitario cuando se menciona a William Wilson ( ese personaje de doble que aparece en uno de los relatos más emblemáticos de Edgar Alan Poe), pues la trilogía trata fundamentalmente de eso: de dobles, de vidas intercambiables, o lo que es lo mismo, de vidas que se asoman al espejo y se abisman tanto en la otra vida que acaban por perderse (o encontrarse), en ella. Alicia del otro lado del espejo.Como referencias, podemos recordar, aparte del William Wilson de Poe,  aquel soberbio relato de Julio Cortázar, Axolotl, en el que el observador del misterioso animal, un día se transforma y mira a su observador desde el otro lado interior del cristal, en el Jardin des Plantes. Otra referencia que me ha saltado a la mente es la de la Niebla de Unamuno (¡1914!), esa nivola que cada vez que releo me asombra y me fascina. Cuando Qunn descuelga un teléfono y alguien pregunta por el detective Paul Auster; cuando Quinn, llevado por la curiosidad, va a buscar a Auster, y Auster, ese hombre alto y delgado, le abre la puerta, le presenta luego a su mujer, Siri, y a su hijo David…no puedo sino acordarme de Augusto Pérez, ese agonista, ese ser perdido en la niebla de una vida que sólo alcanza a vislumbrar confusamente, que se entrevista con Miguel de Unamuno en la Universidad de Salamanca sólo para descubrir que es un simple personaje de ficción…Tanto Quinn en Ciudad de Cristal como Azul en Fantasmas, ven cómo su vida, a través de la observación, se va transformando en la del otro. También hay un plano superior no escrito : es el blanco que llena el lector. Yo, como lectora, reflexiono: el autor vive el mismo fenómeno; su vida se transforma en aquella de los seres que describe ¿ Qué otra cosa hace un autor de ficciones sino vivir de cerca, observar y describir, de manera obsesiva, las vidas de otros? ¿Y no es cierto que esos personajes, en realidad, acaban por ser él mismo? ¿No es verdad que al autor deja de vivir para que ellos vivan? ¿No es cierto que toda creación fagocita la vida de quien escribe las historias hasta dejarlo convertido en un hombre que día tras días, se sienta ante un escritorio, ausente de todo lo que no sea la historia que cuenta? En la habitación vacía, Azul y Negro escriben la misma historia. Sentados frente a frente, en edificios gemelos, una a cada lado del espejo que es la calle que los separa, no hacen otra cosa que observar al otro, y escribir. Y aquello que escriben es idéntico.Ciudad de cristal ha sido, además,.publicada como novela gráfica, como podéis leer en la web de mi amigo Ferre, que ha reseñado esta obra tan peculiar.

La tercera historia, por fin, es la que me hace sentirme de nuevo en el universo Auster. Autobiografiándose (no cabe ninguna duda de que Fanshowe es él, su yo literaturizado) y al mismo tiempo, creando esa atmósfera ominosa y a la vez transparente que le caracteriza. La imagen del doble, imagen que en toda la obra ha estado presente en cada relato, aquí se hace aun más evidente. Quinn, el detective de la primera obra, reaparece, fugazmente (el mundo de Auster es un mundo de interconexiones). En La habitación cerrada, Auster habla por primera vez de su hermana, aquejada de esquizofrenia, que es aquí la hermana de Fanshawe. Sophie, esposa de ambos, tan parecida a Siri y el narrador empiezan su historia de amor, historia que repite la de Fanshowe y Sophie, historia que, por tanto, ocurre dos veces. Una vez desaparecido el doble, el narrador se adueña de su vida, de su obra, de su amor, de su hijo, con la aquiescencia del ‘difunto’ (más bien, del ‘falso difunto’). Pero esta carga, la de vivir la vida de otro, es demasiado grande, demasiado pesada, es destructiva. Corroe al narrador hasta la médula. La mezcla de envidia y de amor es tan explosiva, tan real, que le lleva a dedicarle la vida entera. Así, adueñándose de la vida de Fanshowe, Fanshowe se adueña de su vida. Al terminar de leer La habitación cerrada medito sobre la afinidad. Sobre esos mundos que se cruzan, incesantes, en la obra de Auster. Y el por qué esa obra me dice tanto. He encontrado aquí referencias a los casos de Victor de Aveyron y de Gaspar Hauser, temas que a mí también me han apasionado. En cierto modo, el secuestro de la infancia en el silencio (tema que también comparte Pascal Quignard) es un leit motif en mi vida. Referencias al silencio, al apartamiento del mundo ¿es esto lo que me une a la narrativa de Auster? No lo sé. Seguiré descubriéndolo a medida que lo siga leyendo.  

Creo que había cierto placer en aquello –experimentar el lenguaje como una colección de sonidos, verse empujado a la superficie de las palabras, donde los significados se desvanecen-, pero también era muy cansado y tenía el efecto de encerrarme en mis pensamientos. 

La trilogía se cierra abriéndose, abriéndose hacia dentro, hacia las otras dos obras que la conforman, y también hacia fuera, al Cuaderno Rojo, otra obra de Auster (pero también es la obra de Fanshowe), que aún no he leído. Y que será la próxima.      

10 comentarios

Luzpacha -

Terminé hace minutos de leer "La Habitación Cerrada", tengo la piel de gallina, en estos tiempos quedarse sin palabras no pasa muy a menudo... este libro no puede dejarse, te atrapa, te envuelve y te deja cargada de nuevas sensaciones... por un lado la historia lineal, la metáfora, la bola de nieve en la que la expectativa sube página a página y es superada por sí misma, por otro lado cada una de las explicaciones de hechos cotidianos, sentimientos y miserias q van describiendo tan fácil e inteligentemente aquel déjà-vu, lo q ya pensamos, y otro escribe por nosotros.
Me gustó tu reseña, me encantó q te movilice, senti algo similar y experimenté un compartir con vos, el éxtasis de terminar un buen libro...

Gabriela -

Si quieres que te diga la verdad, querido Ferre, yo creo que a esta altura del partido, es más importante el premio de Oviedo que el Nobel. Y no estoy de cachondeo. Un abrazo.

Ferre -

Auster precedió a este tiempo de silencio en el blog... y Auster te trae de nuevo a nosotros.

Por sus temas y sobre todo por su intransferible estilo, Auster está entre los mejores autores de esta época. Y no acabo de explicarme como este hombre no le han dado el Nobel varias veces ya... bueno, sí que me lo explico: temo que el hecho de que en sus novelas no haya un primer plano social o político (como en muchos de los últimos premiados) le perjudique.

Saludos,

Ferre

Gabriela -

Gracias, Isabel. Aún no lo tengo pero lo he encargado y no creo que tarde. Un abrazo.

isabelbarcelo -

Espero con interés tu próxima reseña sobre "El cuaderno rojo". Creo que tus análisis son muy interesantes. Besos, gabriela.

Gabriela -

Gracias, amigo Portnoy. Estoy completamente de acuerdo. He encargado 'El cuaderno rojo'. Pero como tengo mucho trabajo, ya se verá. Un abrazo.

Portnoy -

Yo prefiero considerarlas tres novelas distintas y no relacionadas, aunque ya sé que es difícil. Creo que el orden supedita una historia a otra cuando no debería ser así. Digamos que lo que une a las tres historias para que conformen una trilogía es, como bien señalas, que existe un único tema en las tres, el del doble y el de la metaliteratura (no olvidemos que se inicia con una llamada equivocada)
En fin, sea como sea, es una gran obra.
Saludos ( y buen retorno)

Gabriela -

Gracias, Fernando, un abrazo muy cariñoso.

Licántropo: así es,la figura del lector es la nuestra. Como cuando en Niebla nos alude Augusto Pérez diciendo a Unamuno: los que leen tus nivolas también morirán.
Y en los de Auster, no cabe duda que nosotros también estamos en una habitación cerrada, haciendo nuestra una historia que es de otro, viviendo una vida que no nos correspondería vivir, por obra y gracia del talento del autor. Un fuerte abrazo.

licantropunk -

La intensidad argumental de su obra atrapa sin piedad al lector de modo que, como bien señalas que sucede en "La habitación fantasma", Auster se apoderá no solo de Fanshowe sino también del incauto turista accidental que se atrevió a adentrarse en su universo privado. El autor, el personaje y el lector, yo mismo tantas veces, viviendo una sola vida en las páginas de un libro. ¡Qué casualidad!
Un saludo.

fgiucich -

Qué bueno que hayas regresado, con esta excelente recomendación. Abrazos.