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Garcilaso de la Vega y el soneto X o "La vida como mito"

Garcilaso de la Vega y el soneto X o "La vida como mito" Por Juan Francisco Alcina Rovira

La Eneida es una narración identitaria que canta los orígenes de Roma en el mito. Es un poema de viajes y guerras del último de los grandes guerreros troyanos, Eneas, del que desciende la familia de Octaviano Augusto, en la práctica el primer emperador de Roma. Para él escribe Virgilio el poema y ante él leyó los primeros borradores acabados. Cuentan que su esposa, la emperatriz Livia, se desmayó de emoción al escuchar cierto pasaje. Al final de la primera mitad, en el libro IV, se inserta una historia amorosa de traición y muerte, la tragedia de Dido o Elisa (su nombre semita), la reina cartaginesa que se enamora de Eneas, que como un náufrago ha llegado a sus costas.
Desde los primeros versos de este libro se nos presenta a la reina enloquecida por el deseo. El amor la quema hasta la médula y no permite razonamiento. Dido queda sin habla y boquiabierta escucha cada vez que Eneas abre la boca para contar cualquier detalle de sus viajes. Un día de caza y lluvia, Dido se entrega a Eneas y lo considera su esposo. Son días felices para ambos. Pero la mente de Eneas está puesta en otros proyectos que no pasan por Cartago. Un sueño divino se lo recuerda. Ha de buscar otras tierras y saciar el deseo de poder. A escondidas prepara a sus hombres y los barcos para partir hacia las costas cercanas de Italia donde le esperan las maravillas de un nuevo reino. Frente a la huida de Eneas, la desesperación de Dido no se puede expresar con palabras. Eneas le ha dejado como ‘prenda’ su espada y ropas, y son esos objetos los que desatan la desesperación de Dido. La tristeza la lleva al suicidio y, ante la espada de Eneas que mal clavada le causará la muerte, Virgilio le hace pronunciar unas últimas palabras famosas que serán las que recordará Garcilaso al principio del soneto X:

IV,651-652
‘dulces exuviae, dum fata deusque sinebat,
accipite hanc animam meque his exsolvite curis.’
[Despojos dulces, mientras el destino y Dios lo permitían,
acoged esta alma y libradme de mis cuitas]

¡Oh dulces prendas por mi mal halladas,
dulces y alegres cuando Dios quería,
juntas estáis en la memoria mía
y con ella en mi muerte conjuradas!
¿Quién me dijera, cuando las pasadas
horas que’n tanto bien por vos me vía,
que me habíades de ser en algún día
con tan grave dolor representadas?
Pues en una hora junto me llevastes
todo el bien que por términos me distes,
lleváme junto el mal que me dejastes;
si no, sospecharé que me pusistes
en tantos bienes porque deseastes,
verme morir entre memorias tristes.

Cuando Garcilaso escribe este soneto está en Nápoles. Participa allí en las reuniones literarias de la Academia de Giovanni Pontano. Pontano fue uno de los más geniales lectores y comentaristas de Virgilio y su influencia marcaba las actividades de la Academia. Además, se supone que Virgilio está enterrado en Nápoles, y los napolitanos lo han considerado siempre como un poeta propio. Sabemos también que en las reuniones de la Academia se discutía y leía a Virgilio y algo del virgilianismo de ese ambiente enlaza con nuestro soneto.
Los dos primeros versos reflejan exactamente y en una hermosa traducción el primer verso latino. Es habitual que en las versiones de la época un hexámetro latino se desglose en dos endecasílabos castellanos. Para recordarnos la fuente, Garcilaso empieza el verso con ‘dulces’ repitiéndolo anafóricamente en el verso siguiente. El término virgiliano 'exuviae' son los despojos del enemigo o los objetos personales que se quitan de un cuerpo y sirven para recordarlo. Por ejemplo en la Égloga 8,91-92 de Virgilio ‘has olim exuvias mihi perfidus ille reliquit, / pignora cara sui’ [estos despojos me ha dejado aquel pérfido / prendas queridas suyas]. En este caso se trata de las ropas que ha recibido una pastora de su amado que la ha abandonado. Quizá haya que pensar que ‘prenda’ está en sentido literal de ‘prenda de ropa’ perteneciente a la amada como en la Égloga virgiliana. A lo que se añadiría el sentido de ‘prenda’ o ‘prueba de seguridad por lo que se ha prometido’ (que es el sentido del latín 'pignus', palabra de la que deriva empeñar, casa de empeño y prenda). En un juramento de fidelidad se entregan ‘prendas’: pañuelos, guantes, alhajas, rizos del cabello etc. como prueba de buena fe en el acuerdo, amoroso o de otro tipo. El poeta ha ‘hallado’ casualmente esos objetos que le han recordado ‘para su mal’ a la amada muerta. Tanto Dido como Garcilaso dirigen su discurso a estas ‘prendas’ de amor. Dido les pide que reciban su alma, ‘accipite hanc animam’ (662) y se la liberen de las cuitas ‘exsolvite curis’. Garcilaso desarrolla esta misma súplica en el primer terceto donde estos objetos adquieren un carácter animado: ‘lleváme junto el mal que me dejastes’ que se corresponde con el ‘me exsolvite curis’ de Dido, ‘soltadme de mis penas [lleváoslas lejos de mí]’. Más comprensible en el caso de Dido porque habla con una espada (un objeto del amado que lo simboliza) y más ambigüo en el caso de Garcilaso porque desconocemos la fuerza de esas ‘prendas’ que tienen el poder de matar con su recuerdo.
Evidentemente el recuerdo del suicidio de Dido planea sobre los versos de Garcilaso. La muerte tinta todo el poema hasta el último verso. Y sin duda es un poema en el que el poeta se identifica con una mujer desesperada que llega al suicidio como la del mito de Dido. El suicidio por amor, un tema de la novela sentimental y de la comedia humanística, de la que la Melibea de la Celestina es uno de los posibles ejemplos, se esconde detrás de estos versos, y enlaza con la tragedia de la reina de Cartago. Lo excepcional en este caso es que se trata de un hombre. La desesperación amorosa es, literariamente, cosa de mujeres. Pero en este caso el militar Garcilaso se ha feminizado identificándose con la figura mítica de Dido. El poeta es también como una plañidera que salmodia un threno, un canto funerario, que resuena en las aliteraciones de ‘m’ del último verso que cierra la palabra ‘tristes’. ‘Tristes’ es el final del canto que ha empezado con la alegre exclamación ‘dulces’. ‘Dulces’ y ‘tristes’ marcan el inicio y el final del recorrido en el que se insertan los movimientos de este bello soneto.

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