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La historia de Miguel

La historia de Miguel En ese piso entraba y salía muchísima gente. Miguel no vivía con nosotros, solamente se dejaba caer a cada rato. A veces se quedaba a dormir, cuando se hacía muy tarde. Vivíamos en una Colonia que, irónicamente, se llamaba Héroes de la Independencia. Sí , casí héroes, pero esperábamos que no mártires...
Miguel vivía con una tía suya. Era huérfano, como le dije en mi relato anterior.Sus padres murieron juntos, en un accidente de coche, cuando él tenía como 7 años. Tenía hermanos, que estaban casados. Y era muy pobre. Una vez me contó que, intentando ponerse una bota, se encontró que había un ratoncillo dentro. Y eso lo impresionó tanto que estuvo enfermo varios días. Tenía una salud delicada: tenía una vértebra (la quinta, creo), empotrada en otra, y eso le causaba tremendos dolores y molestias. Era delineante, y trabajaba en diferentes empresas de ingenieros; pero odiaba ese trabajo, y en realidad, todo trabajo. Ya que el trabajo aliena al hombre. Lo deshumaniza. Lo convierte en engranaje del capital. Esa idea aún la tengo. No me importa que la gente odie su trabajo: me parece normal. Después de todo, es algo que nos aleja de lo que de verdad queremos hacer. Nos vuelca en el consumo a través del sueldo, nos doma como seres que deberían revolverse contra la injusticia; nos hace egoístas, ambiciosos...las más de las veces. La prueba de que no es bueno trabajar es que si tuviéramos suficiente para vivir, no trabajaríamos. En una carta de cuando ya tiene 26 años, Miguel me dice, es horrible estar contrarreloj, siempre puntual, corriendo como si persiguiéramos nuestros pasos, nuestra sombra, el reflejo de nuestra vida. Corremos ávidamente arrastrando el honor y la fama, el éxito y el poder: hábitos, palabra de gente que no escucha nunca, que son como mandriles inquietos y mecánicos. Así , Miguel.
A mí, Suso, mii trabajo me interesa, no por la enseñanza que imparto (supuestamente), sino por lo que ellos, esos niños, me enseñan a mí. Me enseñan a ser joven cada día, me cuentan sus peripecias. Les veo buscándose, buscando una identidad, decepcionados del mundo o ilusionados... por eso me gusta mi trabajo, no por el trabajo en sí. Por lo que me da como persona, por lo que me dan las personas con las que trabajo. Esas personitas ya rechazadas por sus propios padres, ya enamoradas, ya orgullosas, ya sufrientes,ya avergonzadas de sí mismas... Es un cosmos que me sujeta al mundo. No me gustaría trabajar con adultos, ya sin perspectivas... Hablo con mucha gente de mi edad que tiene otra profesión, o gente de mi profesión, y no me ilusiona su discurso, los veo cansados, aburridos. Yo no. Yo creo que mi ilusión se debe a ellos, a lo que mis alumnos me dan de sí mismos. Su cariño, su confianza y su lealtad hacia mí. Eso me conforta cada día. Y después, cuando ya se han ido, cuando me encuentran por la calle y me saludan, me besan, me llaman por mi nombre, y yo solamente recuerdo vagamente esas sonrisas, esos ojos, pero ya no recuerdo los nombres... me doy cuenta que en realidad sí me quisieron, sí me aprecian, todavía. Entonces acaricio esas caras, ya no adolescentes, les sonrío. Es muy grato.
Miguel (vuelvo al tema), era poeta. Escribía poemas. Yo también. Nos leíamos. Nos criticábamos o alabábamos. Él fumaba mucha marihuana y eso era para él un problema laboral. Se olvidaba... se liaba el porro en el trabajo...lo echaban, etc. Me acuerdo que una vez, años después de esto, íbamos en su coche y´nos paró una patrulla, y all bajarse del coche, mientras venían ellos, se puso a liar el cigarrito. Yo le hacía señas, gestos y él...¡nada!. Qué risa nos dio después... Miguel estaba generalmente harto del mundo, de la gente, de la horrible gente, de la familia, a la que él llamaba "el monstruo", y amaba la filosofía, que fue finalmente la carrera que estudió después. Y las preguntas... la lectura de Spinoza, Descartes,de Platón, la "Apología de Sócrates", nos las leíamos. Sí hay una cosa que tengan en común las personas que más he amado es ésa: que siempre les he leído y ellos a mí. Creo que la "Apología", nos la recitábamos casi...casi nos la sabíamos de memoria. Leíamos mucho, entonces, a Laurence Durrell, a Kavafis, a Mallarmé... Rimbaud era nuestro héroe y uno de nuestros favoritos, y también la "Anabasis" de Saint John Perse. Leíamos a Ovidio, las "Metamorfosis", y "Las tristes" y nos alimentábamos de eso. Miguel era un as robando libros. Nunca robamos comida en un super. Pero ¿libros? Decnas. Yo pasaba miedo y é se reía. Decía ¿viste el de Carpentier, ese libro gordísimo? ¿se te antojó? y¡ zas! lo sacaba de debajo del jersey. Escapábamos del mundo de la mano de esos autores. Ah, Cortázar...leíamos y entonces ya no éramos pobres, ni estábamos solos en el mundo, sino que el mundo era nuestro, y éramos hermosos y estábamos libres allí, entre las palabras. Las palabras, buscar la poesía, eso hacíamos. Queríamos dominar esas palabras para decir nuestro dolor y nuestro anhelo. Miguel me diceen una carta, lo que quiero hacer con las palabras es artificio pulido, límpido, cristalino, hacer de mi vida una metáfora de amapolas lascivas, una magia placentera que siempre viva y muera, como el fuego de Heráclito. Hacer con las palabras una brújula, una risa, fundirnos en ellas como hierro candente, como lava, como fuego en madera. Los poemas, dice Miguel en otra carta, se van aglutinando en alguna cueva oscura así dice Miguel, Miguel, son sus palabras que transcribo: una cueva oscura, fría e inaccesible de nuestra vida, de la de cada uno; he pensado que no escribo porque no tengo qué escribir, porque los poemas, a veces, tienen vida y muerte instantánea. A veces vuelan más rápido que nuestros dedos y cuando intentamos transmitirlos, no podemos hacerlo como hubiéramos querido.
Dice Gorostiza (sigo citando a Miguel), "Oh inteligencia, soledad en llamas que todo lo concibes sin crearlo". Sí, parece mentira, pero nosotros que queremos escribir, en ocasiones no hacemos más que pensar y pensar y ahí nos quedamos, anclados en la tierra de nuestras miserables vidas, en la riqueza de nuestros pensamientos. Si algo escribo, si un poema viene a mi casa, le daré hospedaje, le hablaré de ti y lo mandaré a Barcelona.
Miguel me amaba y yo lo sabía. Pero su amor fue siempre silencioso, porque él pensó que yo no lo amaría, y estaba en lo cierto. Solamente lo podía amar como a un segundo hermano. Lo amé mucho, Suso, a Miguel. Lo amo todavía. lo tengo dentro de mí, y oigo en mí su voz, vacilante por la marihuana. su voz que era toda una duda... lenta y triste. Miguel me acaricia, en sus cartas, furioso de piel y arena. Me dice flor y viento al oído.
Años después me escribió, es un placer recordarte, imaginarte ligera y activa; oler el perfume de tu piel blanca y tersa y ver, más allá de todas las fronteras, tu cuerpo frágil como un bambú; tus vestidos cálidos rozando mis brazos. Sí, te invento, y te beso y estoy contigo, siempre. He pensado, tú has estado en mí desde hace mucho tiempo, Gabriela. Cuando vivíamos allá nunca tuve ¿valor? de decirte lo que deseaba . Para mí ese deseo o deseos reprimidos llegaron a convertirse en una terrible tortura, Tal vez los dos teníamos deseos de hacer el amor, pero... tantas, tantas cosas, Gaby, tantas. Tú eres mi único consuelo y a quien le puedo confiar absolutamente cualquier sentimiento. Nos complementamos en algo que yo quiero llamar "espíritu", desdichas, sufrimiento, y sobre todo, nos queremos como somos, así, inciertos y enfermos, alegres y eufóricos, locos y racionales.
Así, Miguel años después, me hablaba, y me habla, me habla, Suso. Me dice el secreto que tuvimos, el secreto de nuestro amor. Nos queremos como somos, dice. Sí, es eso. Eso: eufóricos, y tristes, dice, sí. Inciertos y enfermos. Sí. Locos y racionales. Sí. Sí.
Miguel sabía que la nieve de mi foso, como lo llamaba Octavio, no se fundía... Y es curioso, me escribió una vez, esto, tres años después de haber ido: te envío este poema a ti, mujer de nieve, lucero eternamente encendido, te envío este poemita, con algo más que amor.

Si un día cualquiera llegaras a flotar
sobre las vísceras del infortunio
y logras, finalmente, respirar las voces medicinales
del silencio estridente,
entonces no habrá lamentación
no correrá más sangre amarga por tus venas,
no sabrá vencerte la tristeza,
y tus pulmones
como un valle soleado
darán cabida al viento que lleva estas palabras
hasta ti. Sombra en vuelo.

Miguel cuidó de Paulina con mucha ternura. Cuando yo salía a trabajar,
él la cuidaba, jugaba con ella, y le decía , mi princesita y Paulina Obregón tiene cola de ratón y de faisán y de colibrí...siempre le estaba haciendo poemas, y le dibujaba. Tenía muy buena relación con los niños, pues él lo era en cierto sentido. Había una persona muy importante en su vida, era su Maestro. Maestro, le llamaba él. Guiaba sus lecturas, era un amigo-mentor. Enrique, se llamaba, y tenía un hijo al que había puesto Altazor, como el poema de Vicente Huidobro. Miguel y Altazor tenían unas conversaciones, Suso... una cosa que era asombrosa. De veras. Miguel era un ser puro. Eso pienso. En él no había nada de mentira. Era todo él verdad.

Este poema me lo envió desde México, cuando me escribía, me escribía y me escribía y yo le escribía, le escribía y le escribía a él. Y aunque lejos, no estábamos lejos. Nos hablábamos por cartas, nos acompañábamos en nuestras soledades. Es de Li-Po. 618-D.C.

Yo soy como un melocotonero que floreciera en hondo pozo
¿Hacia quién puedo mirar y sonreír?
Tú eres la luna que reluce en el cielo.
Al pasar me miraste durante una hora;
luego, te fuiste para siempre.
La espada con la hoja más fina
no puede cortar el agua del río en dos
para que deje de correr.
Mi pensamiento, como el agua del río,
corre y te sigue siempre.


Así Miguel se hace presente en mí, hoy a través de sus palabras y se lo confío a usted, se lo confío como como cosa mía, sabiendo que usted, al leerlo, también lo amará. Lo querrá . Lo entenderá. ¿No es cierto?

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