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Paul Auster: "La noche del oráculo"

Paul Auster: "La noche del oráculo" "La noche del oráculo" (2003) es la
novela más reciente del escritor neoyorquino por antonomasia. Si uno
busca deambular por las calles y la vida cotidiana de Nueva York o
desea reencontrarse con viejos recuerdos que tengan de fondo la
ciudad del Hudson, las obras de Auster son como pasar las páginas de
un álbum de imágenes familiares. Ahí, en éste su último libro,
también está la abigarrada geografía urbana de Brooklyn, Manhattan,
el Village y, en ella, escrupulosamente ubicados, pequeños
restaurantes, librerías, tiendas de alimentación o de
electrodomésticos que tal vez existan con nombres propios o quizás
sólo decoren el imaginario del novelista. No importa: todo nos
parece auténtico porque sabemos que el paisaje de Nueva York es así.
Pienso que las singulares historias que Auster cuenta no resultarían
tan convincentes si no ocurrieran en Nueva York, el magmático
escenario donde todo lo posible se hace verosímil.

Sidney Orr es un escritor por supuesto neoyorquino, de poco más de
treinta años, que acaba de salir de una grave enfermedad que ha
puesto en peligro su vida. Orr aparece enseguida como un personaje
inconfundible de Auster. Todas las mañanas, cuando su esposa Grace
se marcha a trabajar, Orr, todavía débil, pasea por la ciudad para
ir recuperando las fuerzas. El día 18 de septiembre de 1982 descubre
entre las calles Carroll y President, al sur de su barrio de Cobble
Hill, una pequeña papelería, el Palacio de Papel, regentada por un
chino enigmático, el señor Chang, y allí descubre un cuaderno de
color azul importado de Portugal que literalmente lo hipnotiza.
Conviene recordar que Auster escribió en 1993 un librito delicioso
con el título de El cuaderno rojo. Al llegar a casa y después de
meses sin coger la pluma, Orr escribe con extraña fluidez, casi en
trance, varias páginas de una historia inspirada en Flitcraft, un
personaje de El halcón maltés, de Dashiell Hammett, que lo mismo que
él estuvo a punto de morir accidentalmente. Quien habla de Flitcraft
a Orr es John Trause, amigo suyo y de Grace, también escritor de más
edad y prestigio que casualmente ha escrito su última novela en un
cuaderno asimismo azul adquirido en la tienda del señor Chang. Lo
que sigue es demasiado laberíntico para sintetizarlo. Lo cierto es
que una cosa lleva a la otra, una historia abre paso a otras
historias, lo real dentro de la novela converge en otras realidades
que son ficciones insertas en la ficción que es la propia vida de
Sidney Orr y, así, como en el magistral juego de espejos con que
Orson Welles concluía La dama de Shanghai, el lector se encuentra
asistiendo a una sesión de ilusionismo entre supuestamente realista
y oscuramente artificiosa que lo mantiene en una sensación extrema
de perplejidad.

Auster cree como nadie en los poderes inmanentes del azar, en sus
juegos a veces mortíferos. Así como cree –aquí lo escribe– que en
según qué circunstancias la palabra mata. Auster es un maestro en la
manipulación del azar; sobre sus jugarretas, llámense casualidades o
asombrosas coincidencias, ha construido gran parte de sus mejores
novelas. El individuo no es libre de encauzar su destino. Algo
superior, inexplicable, que escapa de la racionalidad, conduce sus
pasos por tortuosas sendas y abruptos despeñaderos que lo llevan
hasta donde nunca hubiera querido ir. Una simple llamada de teléfono
un domingo a primera hora de la mañana o la compra impremeditada de
un llamativo cuaderno azul puede inducir a un giro radical de
nuestra vulgar existencia. Eso es lo que le ocurre a Orr en aquellos
ocho días de pesadilla rememorados al cabo de veinte años, en la
Nueva York de 2002 traumatizada por el derrumbe de las Torres
Gemelas aunque él y por supuesto Auster, dado que reconstruyen la
memoria de un hecho, se las arreglan para no mencionar siquiera que
bastó un solo día de espanto para que los neoyorquinos perdieran
definitivamente la inocencia.

Estos son los pilares de la narrativa de Auster, junto a la
constante reflexión sobre los secretos del arte de novelar, la
soledad del creador y algunos destellos autobiográficos. Nada que a
estas altura sea nuevo para el lector asiduo de Auster. La novedad
de La noche del oráculo es que un Auster en plenitud ha alcanzado
tal grado de perfección en el montaje de las piezas de tan compleja
estructura narrativa, capaz no ya de sostener sino de encajar
milimétricamente varias historias simultáneas –incluso relatadas a
pie de página–, que el conjunto, pese a las múltiples vibraciones
que desprende, resulta frío y abrumador como si el exceso de
precisión y la carencia de grietas dificultara el transpirar de lo
humano. Absurda sensación cuando al fin y al cabo el espinazo de la
novela es una historia de amor y perdón que viven Grace y Sidney en
el circuito de una realidad profunda, multitentacular, sórdida y
violenta –interesante personaje el joven Jacob, hijo marginal de
John Trause, sospecho si quizá trasunto del Mark que es clave en
Cuanto amé, la novela de Siri Hustvedt, actual esposa de Auster, y
del hijo conflictivo que éste tuvo con su primera mujer–, sobre la
que en todo momento se ciernen los peligros de la vulnerabilidad, la
amenaza de destrucción y el persistente acecho de la muerte.

Desde esta perspectiva no cabe duda de que, como Auster no cesa de
afirmar, toda novela es tan real como la vida que nos toca vivir y a
la vez tan extraordinariamente ficticia como en muchas ocasiones
pueden llegar a parecernos ciertos episodios, por lo común
intraducibles, que salen a nuestro encuentro. En cualquier caso las
novelas forman parte de la realidad, lo mismo que lo imaginado por
el novelista y las maquinaciones del azar que alteran nuestra
voluntad como si fuese convulsionada por los remolinos de un
tornado. Ése es el misterio que hipnotiza a Paul Auster, lo que
trata de explicarse desde que comenzó a levantar la armazón de su
peculiar mundo literario, un mundo hoy ya cartografiado en todas sus
vertientes, que da la impresión de no exigirle mayores riesgos.
Pienso si uno no echa de menos en los dominios donde Auster reina,
en esta insondable Nueva York tan suya y tan nuestra gracias a él –y
para ser justo a Don DeLillo–, el reto de nuevos compromisos
morales, la indagación de otras incertidumbres éticas. Lo pienso,
sí, pese a haber disfrutado con la maestría de "La noche del oráculo".

4 comentarios

Gabriela -

Gracias, Adriana: es un libro durísimo. Ya lo reseñaré, I promise. Saudos muy cordiales.

Adriana Martinez Gonzalez -

Hola. Felicidades por tu blog, que demuestra que sí puede haber vida inteligente en Internet. Oye, ¿por qué no reseñas El país de las últimas cosas? Es maravilloso. Keep up the good work.

Gabriela -

también yo amo por encima de todos los libros de Auster, El Palacio de la luna. Creo que, siendo como es, un gran escritor siempre, aquí llegó a las cotas más altas de inspiración posible. Un abrazo.

Licantropunk -

Y ya está aquí 'Brooklyn Follies', que con ese nombre seguro que también se desarrolla en Nueva York. Impaciente por leerlo. Mi favorito: "El palacio de la luna".