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Cuento: El cazador y el perro

Cuento: El cazador y el perro Por Gabriela Zayas

Hace tiempo escuché esta historia.
En el Valle de Graf, en las montañas leonesas, vivía un cazador. Era conocido en todo el lugar por su hosquedad y su difícil carácter. Nadie se explicaba por qué Refrén no bajaba hasta el pueblo en los días de fiesta, o cómo era posible que viviera allá arriba, en medio de las peñas, sin más compañía que la de su perro.
Lo que los aldeanos ignoraban era que el perro de Refrén hablaba. Y por las tardes y durante las grises mañanas lluviosas, mientras transportaban la leña al hogar o buscaban la pieza, disertaban sobre todos los temas, sobre lo humano y lo divino. El perro argumentaba demasiado e incluso defendía ciertos puntos de vista contrarios a los de su amo, y éste, a menudo, cansado de su cháchara, le hacía callar con un pescozón. Entonces el perro le miraba con ojos tristes. Aguardaba a que el amo recuperara el humor y le diera, de nuevo, permiso para hablar.
Poco a poco, las charlas se fueron haciendo más cortas y menos gratas. Las palabras se fueron haciendo frías, y las discusiones subieron de temperatura. Refrén exigía que el perro estuviera siempre de acuerdo con él. Demandaba continuos halagos y no aceptaba la menor crítica. Y el perro tenía una personalidad tan definida que no se arredraba y defendía sus puntos de vista. La amistad entre ambos se fue enrareciendo.
Una noche ( hacía frío y el cierzo estaba por caer), en medio de una discusión intrascendente, Refrén decidió castigar a su perro. Primero le hizo callar. Luego le prohibió que le hablara hasta nueva orden. Abrió la puerta de la casita y señaló el monte. -Esta noche duermes fuera, le dijo. No quiero oírte ni rechistar. Ya te llamaré cuando lo considere pertinente.
El perro salió y calló. Conocía a Refrén y sabía que sus cóleras eran terribles. Triste y dolido, buscó un saliente bajo la roca y ahí pasó la noche. Al llegar la mañana esperó, pero el amo no le llamaba.
Nervioso, triste, el perro pasó algunos días, un número de días indeterminado, sin oír el silbido de su amo. Hasta que un día, el amo silbó. El perro, casi enfermo de pena, pero decidido, se dirigió a la cabaña y le miró.
Le dijo: "Si vine aquí a hacerte compañía fue porque tuve compasión de tu soledad y de tu exilio de los hombres, y no para que me maltrataras. Te has convertido en un tirano.Te dejo aquí. No mereces mi fiel amor, ni mi compañía, ni mis palabras".
Mientras miraba alejarse al perro, Refrén pensó: "Ya encontraré otro perro que me hable".

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